29 diciembre, 2011

VIÑETAS de cultura popular Nº 13

Catarsis – expiación – ataraxia – paz interior
Catarsis significa purificar el alma, limpiar nuestro interior, depurar nuestro espíritu. Catarsis también es purificar el cuerpo; pero el dolor corporal (físico) es más llevadera que el dolor espiritual. Catarsis es hacer que tengamos paz interior. Catarsis es evitar preocupaciones, miedos, culpas y remordimientos; y si podemos aprender a no sufrir sabiendo el caso de los demás que sufren, mejor. Catarsis es “poner barbas en remojo”. La mejor manera de lograr la catarsis es la expiación que significa hacer lo que se debe para quedar libre de pecado, de penas, de remordimientos, de culpas, de miedos; por consiguiente significa lograr la paz interior. Un vocablo que viene a pelo con la catarsis y/o con la expiación de las conmociones interiores es Ataraxia, que significa imperturbabilidad, serenidad, paciencia, silencio, calma y tranquilidad absoluta ante el mundo exterior. Nada te conmueve, nada te perturba, nada te más-turba, nada te preocupa. Afrontas las dificultades y ambigüedades con absoluta serenidad, y en tal condición, adquieres capacidades para lograr la paz interior, la felicidad. Un espíritu perturbado no ve –no puede ver- la luz.
Amado Nervo, por ejemplo, solía en su adultez lograr la ansiada Paz interior diciendo: “Vida: nada te debo / Vida: nada me debes / Vida: estamos en paz”. Facundo Cabral decía: “Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso por la Tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo”. “Aunque tardíamente conté mis años y descubrí que tengo pocos para vivir; ya no estoy para sufrir”, decía mi abuela Feliciana (en la foto) y vivió en paz interior y en estado de ataraxia sus últimos cuarenta años (murió a los 114 años, más o menos, según cálculos efectuados en una sesión familiar). Chaplin dijo: “Canta, baila, ríe, llora y vive intensamente cada momento de tu vida... antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos”. Lao-Tse decía: “Quien conoce a los hombres es inteligente, quien se conoce a sí mismo es sabio. Quien vence a los otros posee fuerza, quien se vence a sí mismo es poderoso”. Tertuliano decía: “¿Quieres ser feliz por un instante? ¡Véngate!, ¿Quieres ser feliz para siempre? ¡Perdona! Shakespeare decía: “Sufrimos demasiado por lo poco que nos falta y gozamos poco de lo mucho que tenemos”. Lama decía: “En general la causa final del sufrimiento es la mente: la mente influida por malos pensamientos como la ira, los celos y el aferrarse a las cosas. La vida es corta y una gran parte de ella ya ha transcurrido. La muerte puede llegar en cualquier momento y cuando lo haga lo único que podremos llevarnos con nosotros será las huellas mentales de las acciones de nuestras vidas”. Osho decía: “La luz está por doquier y tú vives en la oscuridad, la muerte no está en ninguna parte y te estás muriendo continuamente; la vida es una bendición y tú estás en el infierno. La verdadera felicidad consiste en no ser nadie y en dejarse llevar por el sino”.
Hay proverbios catársicos (de catarsis) como éstos: “No compitas con los demás, generas conflictos; preserva tu paz interior, no caigas en la provocación de los demás. Si te agrede, quédate en silencio, cultivando tu poder interno”. “El ignorante grita, el inteligente opina; el sabio, calla”. “Libera tu corazón del odio, tu mente de las preocupaciones; y siempre ríe”. “Lo hecho y pasado; hecho y pasado están. A lo hecho, pecho”. “He entendido que la vida es un conjunto de experiencias para gozar, no para sobrevivir y sufrir”. “Si el vino perjudica tus negocios, deja tus negocios”. “Si mis problemas tienen solución, no hay problema; si mis problemas no tienen solución, no hay problema”. (Foto principal: conplumaypapel.com).

El asunto de la Vocación
“Dígales que lo único que quiero en la vida, es ser escritor; y lo voy a ser” (Gabriel García Márquez). Es decir, Gabo descubrió su verdadera vocación. Hace lo que más le gusta: escribir. Así, además de gozar, tiene fama universal y gana mucho dinero. A Messi le fascina jugar fútbol, disfruta muy intensamente corriendo tras la pelota; encima, le pagan un montón de dinero. Si no descubrimos lo que genuinamente nos gusta hacer, por consiguiente, si no descubrimos realmente nuestros talentos, lo que hacemos, hacemos mal. En tales condiciones nuestro trabajo es una cruz que llevamos día a día. Este asunto de la VOCACIÓN es crucial en la vida. Corresponde al sistema educativo –desde el Jardín- descubrir talentos y crear condiciones para desarrollarlos. Pero hay una manera efectiva de no descubrir y desarrollar talentos: el modelo de educación en el Perú que datan de hace un siglo. “Mis hijos eran talentosos, inventores, creadores; hasta que mandé al colegio”, decía con el ceño fruncido mi hermano. Quizás la vocación de tu hijo(a) no sea estar en la universidad (la universidad es sólo una alternativa y no un -sí o sí-; acaso su verdadera vocación sea el ser mecánico, pero bueno y talentoso; no un mecánico mediocre. Quizás su vocación sea ser un artista, futbolista, literato, empresario, fotógrafo, científico; pero, de los buenos. Alégrate que tu hijo(a) te haya dicho: “Lo único que quiero en la vida es ser empresario; y lo voy a ser”; señal de que ha descubierto su vocación empresarial y que el Perú tiene a un nuevo empresario de los buenos que creará empleo y riqueza. (Ilustración principal: orientaciónvocacional.blogspot.com).

La ignorancia de Aristóteles y la sabiduría de Aristarco
Aristóteles era inteligente, gran filósofo y científico. Pero, Aristarco era un sabio. En su época (350 años A de C) Aristóteles convenció a la gente que el planeta Tierra era el centro a cuyo alrededor giraba los demás planetas o astros, incluyendo al Sol. Era la Teoría geocéntrica. Aristarco, de menor fama mediática que Aristóteles, pero un gran sabio, dijo que no. Decía –Aristarco- que la Tierra no era el centro del Universo sino el Sol alrededor del cual giraban otros incluyendo el planeta Tierra (Teoría Heliocéntrica). Como Aristarco no gozaba con la popularidad mediática de Aristóteles nadie le creyó en su teoría heliocéntrica. Luego Ptolomeo (200 D de C) demostraría que Aristarco, y no Aristóteles, tenía la razón. En 1543, Copérnico conmociona la astronomía con la teoría Heliocéntrica, corroborando las conjeturas de Aristarco y las pruebas de Ptolomeo. Luego Galileo, premunido de telescopios que él mismo fabricó, fundamenta científicamente que la Tierra no era el centro del Universo sino, tal como decía Aristarco, el Sol. Esta teoría de Galileo fue tomado como una blasfemia contra Dios o contra los dioses y le pusieron a Galileo en la cárcel, a cadena perpetua.

Ensayos sobre la estupidez humana
(Foto. La guerra: la mejor expresión de la estupidez humana).



Carlo Maria Cipolla, (1922- 2000), italiano, estudió la naturaleza de la estupidez humana, y estableció leyes. Una de ellas dice: “estúpido es aquel que causa daño a otro sin beneficiarse”. El bondadoso es aquel que se causa un perjuicio a sí mismo, beneficiando a los demás. El inteligente: aquel que se beneficia a sí mismo, beneficiando a los demás. El malvado: aquel que obtiene beneficios para sí mismo, perjudicando a los demás. Y el estúpido: aquel que causa pérdidas a otros, perjudicándose a la vez a sí mismo. Las leyes fundamentales de la estupidez humana según Cipolla son: “La Primera: Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. La Segunda: La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona. La Tercera (Ley de Oro): Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio. La Cuarta: Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error. La Quinta (Macroanálisis): La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado”. (Fuente de la foto: Internet)


La inútil costumbre de usar calzón
Esta es la teoría de mi amigo Anselmo al respecto: “La inútil costumbre de las mujeres de hoy usar el calzón –dice- es casi una estupidez humana, porque perjudica a los hombres y se perjudican ellas mismas”. “El uso del calzoncillo en el caso de los hombres –continúa diciendo Anselmo a su estilo- sí es razonablemente justificable porque es necesario sostener los huevos, si los tiene, y acaso bien puede denominarse sostén porque tiene que sostener los testículos de la natural caída por gravedad”. En el caso de la mujer no, porque no hay nada que sostener ni tapar porque para este último está la falda, la pollera y/o el pantalón, o simplemente una hoja de parra. En invierno no es necesario el calzón porque para proteger del frio a tan bellas partes de la mujer, varias polleras o un pantalón grueso basta. En verano tampoco porque sin calzón la vagina y sus adyacentes próximos se mantienen frescos y si lleva calzón se ve perjudicada porque suda y gesta enfermedades infecciosas, peor aún si el calzón es de mala calidad. (En la foto: Britney, más extraordinaria y espectacular, sin calzón). Fuente de la foto: Internet.
Eva era feliz y sana sin calzón, Adán infinitamente feliz con ella, porque podía hacerle el amor de manera fácil, sin los engorrosos trámites que hoy significa bajarle el calzón, más aún debido a esa absurda y fabricada teoría feminista de que no hay “mujer fácil”. Mi tía Gertrudes era muy práctica para hacerle el amor a algún incauto al que le echaba ojo: simplemente se levantaba la pollera. Tampoco necesitaba “baño” para atender su necesidad fisiológica, lo hacía donde se encontraba, aun en la vía pública, y ¡listo!, sólo era necesario asegurar no mojar las polleras, y aun así, normal. En una ocasión, en Vito, mi pueblo, sorprendí sin quererlo a una señora “limeña” miccionando en el campo y observé –sin que ella se diera cuenta- las siguientes acciones: mirar a los cuatro lados por asegurar que no habían “sapos”, desbotonarse su pantalón y bajar el cierre, bajarse el pantalón, bajar su “panti” (medias que les llega hasta la cintura) y recién bajar su calzón y permaneces en cuclillas mientras dura la evacuación, para luego repetir, en retroceso, el tedioso proceso.

El orgasmo más prolongado en el planeta Tierra: el del cerdo
Escuché en algún lugar decir que el orgasmo de mayor duración era del cerdo: ¡30 minutos! Para mí que todo esto es puro cuento. Hurgué, clickeé (hacer clicks en la computadora), pregunté, imaginé; pero no he logrado encontrar una información científica al respecto. ¿Alguien, por favor, podría ilustrar mejor este interesante caso? Harían un gran favor a la humanidad. Sexólogos, veterinarios, psicólogos, científicos, etc. tienen la palabra. ¿El cerdo tiene un orgasmo de media hora? Alucinante. Inverosímil. ¡Qué esperan los científicos que tardan demasiado en descubrir alguna pastilla, una cirugía, una receta o una pócima para adaptar al caso de los humanos! Cuesta imaginarse al hombre y a la mujer extasiados por tan prolongado orgasmo (explosión violenta del placer sexual), nada menos que por 30 minutos; benditos sean los dioses del placer. Los humanos desearíamos, modestamente, aunque sea sólo un minuto de orgasmo -¡sólo un minuto de clímax sexual!-, teniendo en cuenta que el orgasmo del hombre o de la mujer apenas dura –a duras penas- unos segundos (de 6 á 25).
Y, ¿qué dicen las mujeres sobre que el cerdo tiene un orgasmo de 30 minutos? ¡Aprendan!, dirán a los hombres. No, todo es mentira, lo que pasa es que el cerdo se queda dormido encima de la cerda, dirán otras. A propósito, ¿cuántos minutos de orgasmo experimenta la cerda debajo del cerdo? ¿También 30? O, como las mujeres debajo de sus amancebados: nada o casi nada. Felices ambos –la cerda y el cerdo- si gozan de 30 minutos, casi una eternidad de envidiable delicia. Se me viene el recuerdo de un chiste que leí en alguna parte: un señor y su esposa estaban en un establo viendo un ejemplar de un toro semental. Las señora preguntó al granjero dueño del toro: -señor, su toro qué capacidad de monta tiene al día. 50, le respondió. Le codeó a su esposo y le susurró: ¡aprende! Inmediatamente su esposo le pregunta al granjero: -señor, ¿su toro monta 50 veces a la misma vaca? –No pues amigo, a 50 diferentes vacas. Le codeó a su esposa y le dijo con altisonancia: ¡escuchaste!
Volviendo al tema de nuestro admirado cerdo. Haciendo alarde de su dizque orgasmo de 30 minutos, los cerdos reciben una buena cantidad de nombres: chancho, puerco, cochino, porcino, verraco, gorrino, marrano, cuchi. Cuando yo decía todo lo que vengo diciendo acerca del cerdo a mi paisano Leucadio –quien se jacta de saber hacer el amor a la mujer como ninguno-, me dijo: -Ahora comprendo por qué la oyonina (de Oyón) Avelina me endilgó diciéndome en tono histérico: ¡cerdo!, ¡puerco!, ¡verraco!, ¡chancho!, cuando la vez pasada terminamos nuestro sigiloso y fugaz encuentro sexual. Alfredo Bryce decía que “las mejores relaciones sexuales de los hombres son las que ellos cuentan”. (Fuente de la ilustración principal: Internet)

Bribones y pendejos perfectos
El Checoslovaco Victor Lustig (1890-1947) es el prototipo universal de un perfecto estafador de estirpe que sin disparar una bala se hacía de botines millonarios. Además de otras célebres fechorías, Lustig vendió la famosa Torre de Eiffel (París) como chatarra, hasta en dos ocasiones. Lustig no era un delincuente cualquiera, era híper inteligente, hábil y culto (dominaba a la perfección 5 idiomas), tenía una pinta de alta alcurnia y acostumbraba usar ternos finísimos de la época. (Lustig en la foto, el del sombrero negro). Fuente de la foto: Internet.
La idea para vender la Torre de Eiffel era simple: Lustig corrió la noticia de que el poderos gobierno francés decía que el símbolo de Francia, la Torre de Eiffel, necesitaba un Plan integral de mantenimiento, pero al resultar extraordinariamente caro ejecutarlo, había decidido vender como chatarra para construir en su lugar un modernísimo centro turístico. Disfrazándose de ministro, falsificando documentos oficiales del Estado francés y con un séquito de “altos funcionarios” del gobierno, simuló una “Licitación Pública” entre grandes empresarios metalúrgicos de Francia y los convenció que debían conservar la más absoluta confidencialidad porque si la ciudadanía francesa se enteraba que el gobierno estaba por vender como chatarra la Torre símbolo de Francia, habría la natural oposición y la transacción se frustraría. La “licitación” era, pues, secreto de Estado. En el “proceso de licitación” hizo ganar al acaudalado Sr. André Poisson -así se llamaba el incauto empresario caído en las redes del estafador- pues, según el perfil psicológico trazado por Lustig, era el más inocente. Luego de varias sigilosas y muy herméticas reuniones de “alta dirección” gubernamental, al fin, la Torre de Eiffel estaba vendida y su millonario precio abonado en efectivo. El pícaro Lustig decidió ir más allá: decidió hacer la visita de cierre de venta oficial pero esta vez para -además- pedir soborno al “afortunado ganador” de la licitación quien estaba absolutamente convencido que había hecho el mejor negocio de su vida. Lustig le dijo: –Ud. sabe que es necesario asegurar que la licitación otorgada sea suya y nada más y …; le dijo. Apenas Poisson escuchó esto, intuyó que lo que le estaba pidiendo era la operación “romper la mano” y así lo hizo: alcanzó un buen fajo de billetes con la cantidad pedida. Así, Lustig y sus secuaces, con un millonario botín al que se sumaba el caudal del soborno, se hicieron humo, desaparecieron como por ensalmo. Usted, que lee esta viñeta, y poniéndose en el lugar de Poisson, ¿denunciaría a la policía? Yo no denunciaría por vergüenza por haber sido excesivamente cándido en caer en tan ridícula estafa. Hasta mi mujer me dirá: ¡qué cojudazo eres!, pero queda en casa; peor sería que todo el mundo, enterado, digan: ahí va el cojudazo. Esta conjetura primó en Poisson y no denunció. Así, Lustig y Poisson, se encontraban con frecuencia por las calles de París como si nada hubiera pasado. Y la centenaria Torre de Eiffel, luciendo radiante e imponente como siempre en la eterna y legendaria Ciudad Luz.
Esta historia de Lustig me hace recordar a Carlos Manrique. En el Perú también tenemos émulos (deformes) de Lustig. Como todos sabemos Manrique purgó cárcel por estafar a una enorme cantidad de gente que hasta ahora están esperando cuándo le pagan los réditos y cuándo le devuelven su dinero. Otro típico caso de un asaltante que sin arma y sin disparar una bala, se apropia de caudales ajenos. De noche a la mañana Carlos Manrique de pobre se convirtió en acaudalado banquero, codeándose con los millonarios y hasta casándose con una agraciada jovencita que bien podría ser su nieta. Saliendo de su larga reclusión, Manrique nuevamente en sus andanzas y, otra vez, en prisión. Sale, y otra vez. Tan hábil debe ser este señor para timar que siguen cayendo incautos, a pesar que es de dominio público que se trata de un vil farsante.
Estas historias también me traen a memoria lo que cuenta el gran señor don Ricardo Palma en su famosa obra universal Tradiciones Peruanas. En una de sus tradiciones, El obispo Chicheñó, cuenta la historia de un habilidoso estafador que sin disparar una bala se hizo de una fortuna en cuestión de minutos. Don Ricardo cuenta así:
“Lima, como todos los pueblos de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos.. Por los años de 1780 comía pan en esta ciudad de los reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal el nombre de Ramón. Era éste un pobrete de solemnidad, mantenido por la caridad pública, y el hazmerreir de muchachos y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí cheñó. En el año que hemos apuntado llegaron a Lima, con procedencia directa de Barcelona, dos acaudalados comerciantes catalanes, trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sederías de Manila, paño de San Fernando, alhajas, casullas de lama y brocado, mantos para imágenes y lujosos paramentos de iglesia. Arrendaron un vasto almacén en la calle de Bodegones, adornando una de las vidrieras con pectorales y cruces de brillantes, cálices de oro con incrustaciones de piedras preciosas, anillos, arracadas y otras prendas de rubí, ópalos, zafiros, perlas y esmeraldas. Aquella vidriera fue pecadero de las limeñas y tenaz conflicto para el bolsillo de padres, maridos y galanes. Ocho días llevaba de abierto el elegante almacén, cuando tres andaluces que vivían en Lima más pelados que ratas de colegio, idearon la manera de apropiarse parte de las alhajas, y para ello ocurrieron al originalísimo expediente que voy a referir. Después de proveerse de un traje completo de obispo, vistieron con él a Ramoncito, y dos de ellos se plantaron sotana, solideo y sombrero de clérigo. Los catalanes de Bodegones se hacían llevar con un criado el desayuno a la trastienda del almacén, e iban ya a sentarse a la mesa cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje de aristocrática librea que iba a la zaga del coche abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.
Penetraron los tres en el almacén. Los comerciantes se deshicieron en cortesías, basaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su ilustrísima. Uno de los familiares tomó la palabra y dijo: -Su señoría el señor obispo de Huamanga, de quien soy humilde capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para decencia de su persona y de su santa iglesia catedral, y sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia. Los comerciantes hicieron, como es de práctica, la apología de sus artículos, garantizando bajo palabra de honor que ellos no daban gato por liebre, y añadiendo que el señor obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba. -En primer lugar -continuó el secretario- necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no se para en precios, que no es ningún roñoso. -¿No es así, ilustrísimo señor? - Chí, cheñó- contestó el obispo. Los catalanes sacaron a lucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadena de oro, anillos, alhajas para la Virgen de no sé qué advocación y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura subió a quince mil duros mal contados. Cada prenda que escogían los familiares la enseñaban a su superior, preguntándole: -¿Le gusta a su señoría ilustrísima? -Chí, cheñó- contestaba el obispo. -Pues al coche. Y el pajecito cargaba con la alhaja, a la vez que uno de los catalanes apuntaba el precio en un papel. Llegado el momento del pago, dijo el secretario: -Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que es donde está alojado su señoría, y él nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima? -Chí, cheñó- respondió el obispo. Quedando en rehenes tan caracterizado personaje, los comerciantes no tuvieron ni asomo de desconfianza, amén que aquellos no eran estos tiempos de bancos y papel-manteca en que quince mil duros no hacen peso en el bolsillo. Marchados los familiares, pensaron los comerciantes en el desayuno, y acaso por llenar fórmula de etiqueta dijo uno de ellos: -¿Nos hará su señoría ilustrísima el honor de acompañarnos a almorzar? -Chí, cheñó.
Los catalanes enviaron a las volandas al fámulo por algunos platos extraordinarios, y sacaron sus dos mejores botellas de vino para agasajar al príncipe de la Iglesia, que no sólo les dejaba fuerte ganancia en la compra de alhajas, sino que les aseguraba algunos centenares de indulgencias valederas en el otro mundo. Sentáronse a almorzar, y no los dejó de parecer chocante que el obispo no echase su bendición al pan, ni rezase siquiera en latín, ni por más que ellos se esforzaron en hacerlo conversar, pudieron arrancarle otras palabras que chí, cheñó. El obispo tragó como un Heliogábalo. Y entretanto pasaron dos horas, y los familiares con las quince talegas no daban acuerdo de sus personas. -Para una cuadra que distamos de aquí al palacio arzobispal, es ya mucha la tardanza -dijo, al fin, amoscado uno de los comerciantes. -¡Ni que hubieran ido a Roma por bulas! ¿Le parece a su señoría que vaya a buscar a sus familiares? -Chí, cheñó. Y calándose el sombrero, salió el catalán desempedrando la calle. En el palacio arzobispal supo que allí no había huésped mitrado, y que el obispo de Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis cuidando de su rebaño. El hombre echó a correr vociferando como un loco, alborotóse la calle de Bodegones, el almacén se llenó de curiosos para quienes Ramoncito era antiguo conocido, descubrióse el pastel, y por vía de anticipo mientras llegaban los alguaciles, la emprendieron los catalanes a mojicones con el obispo de pega. De no es añadir que Chicheñó fue a chirona; pero reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso pronto en la calle. En cuanto a los ladrones, hasta hoy (y ya hace un siglo), que yo sepa, no se ha tenido de ellos noticia. Obtenido de «http://es.wikisource.org/wiki/». (Última foto: observadorcritico.blogspot.com)

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