30 junio, 2009

Viñetas de cultura popular - Cuarta parte

VIÑETAS DE CULTURA POPULAR Nº 4
VERSÍCULOS SOBRE EL SABER POPULAR

El Tribunal de la Razón
Acaso la virtud más grande del ser humano sea su capacidad de razonamiento, es decir, de pensamiento ¿Razonamos? ¿Pensamos? O es que actuamos y nos conducimos sin razonar, impulsados por nuestros prejuicios, estereotipos, costumbres, taras. “En cuanto al espacio, el universo me comprende y me devora como un punto. Pero por el pensamiento (por la razón) yo comprendo al universo”, decía Blaise Pascal, científico y filósofo francés que inventó la computadora en 1642. La razón es Dios, Dios es la razón. Inclusive la religión está –o debe estar- “dentro de los límites de la razón”. La razón del pensamiento humano es lo que –finalmente- hace avanzar, para bien o para mal, a la humanidad. El razonamiento (la reflexión, la deducción, la inferencia, la lógica, el “filosofar”) o el pensamiento es la fuente de los conocimientos. Para conocer la verdad de las cosas o fenómenos –o aproximarse a ella- hay dos caminos: razonar o experimentar (tocar, oler, oír, ver, sentir). Razonar y experimentar no es –no debía ser- excluyentes sino complementarios para conocer o explicar acertadamente las cosas o los fenómenos. Racionalismo (la razón, el pensamiento) y empirismo (experiencia) han sido, desde siglos atrás, dos métodos para conocer. Los grandes filósofos como Descartes (pienso, luego existo; decía), Spinoza, Leibniz (racionalistas) así como Bacon, Hume, Locke, Comte (empiristas) plantearon que los conocimientos se adquieren racionalmente (los primeros) o empíricamente (los segundos). Pero uno (racionalismo) no excluye al otro (empirismo). Se complementan. Es indudable que para conocer hay que razonar –ante todo- pero también experimentar. Grandes peruanos lograríamos si desde niños enseñáramos -en el hogar, en el colegio. en la universidad- a RAZONAR. La educación es -o debe ser- ante todo enseñar a razonar, a formar el hábito del razonamiento, de la lógica, del pensar (y bien) antes de actuar y hablar. No debemos creer en nada hasta comprobar con la razón. Para aceptar como verdad, primero razonar (y bien). La razón es lo único que nos diferencia de los animales (irracionales). Todo debe ser sometido al Tribunal de la Razón, a la Luz de la razón. Salvo “el corazón que tiene sus razones que no ve la razón”. (En la imagen, René Descartes -1596-1650- quien dijo: Razono, luego existo. Su famosa obra fue titulado El Discurso del Método).

La Naturaleza es DIOS. Dios es la NATURALEZA. Panteísmo
El gran filósofo de Holanda Baruch de Spinoza (1632-1677) predicaba que Dios es totalidad, Dios es la Naturaleza, es decir, fue panteísta. Fue tildado también de impío, ateo. “La idea es previa a la idea de la idea” razonaba. Dios está en las plantas, en los ríos, en el mar, en el aire, en las montañas; está en nosotros, en nuestros pensamientos, en el universo, en las galaxias; está en la vida, en la muerte. Dios es todo y todo es Dios. Jehová, Jesús, todos los santos y santas son símbolos para representar a la Naturaleza y obedece a la necesidad de personificarla (y rendirla culto). La verdad está en el Todo, el Todo es la Naturaleza, la verdad está en Dios. Mirar a la Naturaleza como Dios, como en efecto lo es, es mirar a un ser omnipotente, extraordinario, enigmático, admirable, todopoderoso, supremo, hacedor. Amén. (Imagen files.nireblog.com/blogs4)

La razón y la Fe (La Tomística)
Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
El italiano Tomás de Aquino fue un gran filósofo que se doctoró en Teología (filosofía basada en la divinidad, en Dios, en los dioses). La Fe religiosa, especialmente de la iglesia cristiana era la que primaba y por tal razón la Iglesia y los papas tenían todos los poderes. Pronto apareció la teoría confrontacional de los racionalistas, los defensores de la Razón que cuestionaban la fe por la fe. Tomás fue quien compatibilizó la razón y la fe; entre la biblia y el saber racional (razón) concreto; abogando por la armonía entre la Fe y la razón. He razonado, tengo 3 principales vías para demostrar que Dios existe, decía: 1) Hay algo sobrenatural que mueve al mundo 2) Alguien ha tenido que crear al mundo 3) Ese alguien creador perfecto tenía que existir; Lqqd (lo que queríamos demostrar): Dios existe. Más tarde, Denis Diderot (1713-1784), quien dirigió la primera edición de la famosa Enciclopedia, acostumbraba imponer como condición para creer en una idea el que ésta resista las pruebas de la experiencia (empirismo) y de la coherencia (lógica), aceptándola sólo en tanto que las resista. En la Carta sobre los ciegos (1749) de Diderot dice: “Si queréis –dice el ciego- que yo crea en Dios, es preciso que me lo hagáis tocar” ilustrando metafóricamente la idea de que el ciego necesitaba tocar a Dios para creer en su existencia.

La gloria como única vía hacia la inmortalidad
León Battista Alberti (Filósofo humanístico italiano, 1404-1472), propugnaba la idea de la búsqueda de la fama a través de la gloria y como única vía a la inmortalidad. “En tres cosas quería aparecer impecable: en el andar, en el cabalgar y en el hablar” de tal forma que lograría fama que sumado a sus proezas humanas tendría la GLORIA y sería inmortal. Siempre pensaba que su mirada penetraba en el interior de la persona pues dominaba la ciencia del rostro humano, no en vano fue uno de los predicadores del Renacimiento, un movimiento universal por un nuevo concepto de las personas, las que merecen trato como tales. Frente a la disyuntiva éxito o gloria, él determinaba categóricamente por lo segundo. Tener éxito (en el aspecto económico, por ejemplo) no siempre significa tener gloria, menos tener derecho a la inmortalidad. Sócrates, Confucio; buenos ejemplos de la gloria y fama inmortal.

La Luz (del conocimiento) al final del túnel
La ignorancia acerca de la esencia de las cosas y la carencia de conocimientos sobre ellas son expresiones de oscuridad en el camino de la humanidad. Por largos tiempos la humanidad anduvo –o acaso anda aún- en las tinieblas de la ignorancia hasta que se vio la Luz al final del túnel. Luz para la prosperidad de la humanidad. De la Luz proviene el término de ILUSTRACIÓN y el siglo XVIII, principalmente, fue el siglo de las luces, un gran movimiento universal intelectual por los conocimientos en lucha contra la ignorancia provocada o natural propias del feudalismo. El gran siglo de las luces iluminadoras de la razón, del pensamiento, del conocimiento, de la búsqueda de la verdad. Diderot, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Newton, Galileo; la filosofía, la química, la física, la biología, las artes; revolución francesa, revolución industrial; etc., etcétera: signos inequívocos de ese gran siglo de oro de las luces que iluminó a la humanidad. Pasó el siglo XIX y el XX, estamos caminado por el XXI; empero, casi desapercibidos por la baja intensidad de la luz del farol de la humanidad que es el conocimiento y por la existencia de tanto problemas irresolutos en el planeta Tierra. El mundo de hoy, sumido en tantos problemas, como la contaminación, necesita con premura otro siglo XVIII, otro siglo de luces, otro movimiento por la Ilustración. (Imagen www.atravesdevenezuela.com)

La persona humana es, por naturaleza, buena; pero la sociedad la corrompe
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), filósofo suizo explicó la naturaleza humana. Su libro más inmortal se tituló El contrato social: “El hombre nace libre –decía-, pero en todos lados está encadenado; el hombre es bueno por naturaleza” pero la sociedad lo corrompe; por lo que, entre otras cosas, planteaba la necesidad de una buena educación. Defensor acérrimo de la libertad. “Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes”. “El hombre es el lobo para el hombre”. Para promover la felicidad humana, por lo tanto, es necesario –predicaba Rousseau- un contrato (social), un convenio, un acuerdo, un reglamento, una norma; una forma de encontrar “una asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y los bienes de cada asociado y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca sin embargo más que a sí mismo y permanezca tan libre como antes”. Tal es el problema fundamental, cuya solución es “el contrato social” pero que sean escrupulosamente cumplidos. Como esto no es posible, entonces queda explicada la infelicidad humana.


Abriendo trochas, haciendo caminos
El poeta español Antonio Machado (1875-1939) recitó una de sus célebres poemas así: “Caminante, son tus huellas / el camino y nada más; / caminante, no hay / camino,/ se hace camino al andar.// Al andar se hace camino /y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. // Caminante no hay camino / sino estelas en la mar... // Hace algún tiempo en ese lugar / donde hoy los bosques se visten de espinos /se oyó la voz de un poeta gritar / "Caminante no hay camino, / se hace camino al andar...". Esta famosa frase Caminante no hay camino, camino se hace al andar, se ha convertido en una gran verdad corroborada por todos, especialmente por los de mayor edad. Efectivamente, nadie nos va a señalar el camino de nuestros destinos porque simplemente no existe. Cada persona hace su propio (sinuoso) camino, haciéndolo, abriendo trochas; ganando experiencias, triunfando y fracasando (a la vez); llorando, riendo; ganando, perdiendo; sediento, hambriento o saciado; harapiento o atildado; solo o acompañado; cayéndose, levantándose; en fin. En este momento estamos aquí, no sabemos cuál es el camino de mañana; sólo nos queda seguir haciendo camino. Lo importante es caminar para hacer camino y no sentarse esperando que alguien nos señale lo inexistente. No hay camino, camino se hace al andar. (Imagen: sp4.fotolog.com)

Solución salomónica
¿De dónde proviene eso de “solución salomónica”? Cuenta la historia que el rey del antiguo Israel, Salomón, rey sabio y justo a la vez -aunque lo de sabio y justo no siempre presentes en los reyes o gobernantes- solucionó del modo más inteligente, racional y justo el reclamo de dos mujeres. El reclamo consistía en lo siguiente: María y Julia, habían dado a luz cada una a un niño. María mientras dormía asfixió accidentalmente a su hijo quien murió. Ante tal fatal situación ideó y puso en marcha un plan. Mientras Julia dormía con su hijo, María se acercó sigilosamente y sin que se diera cuenta lo cambió. Cuando Julia despertó encontró a su niño muerto; pero revisándolo bien determinó que no era su niño y rápidamente pudo darse cuenta del “cambiazo” (dicen que es frecuente en las maternidades de hoy). Luego de un acalorado altercado y por supuesto sin llegar a una solución, determinaron acudir al rey Salomón para encontrar justicia. –Escucha mi rey, esta mala mujer quiere quitar a mi hijo, dijo airada la malvada María. -No es verdad mi señor, retrucó Julia con firmeza. -El niño que dice es de ella es mío y que esta mala mujer lo ha cambiado mientras yo dormía. Ante tal difícil situación, el rey Salomón ordenó a sus súbditos: -Matad al niño en disputa y partid por la mitad y entregad a cada una de ellas su parte. María ni se inmutó y por el contrario asintió que le dieran su parte. Julia se opuso y solicitó al rey dejar vivo al niño y que renunciaba a su parte que la corresponde. Entonces el rey, solamente observando la actitud y gestos propios del amor de una madre, supo que la verdadera madre era Julia. La verdad y, por consiguiente, la justicia, habían triunfado. (Imagen: www.namaste.com.mx/)


Oratoria
Demóstenes (384-322 a. C.), el orador más grande de todos los tiempos, no nació con tal virtud. Era achacoso, enclenque, ceceaba al hablar, poseía una timidez casi patológica para hablar frente a la gente; pero determinó ser un gran orador para completar su fama de guerrero y de estadista. Practicó de mil formas y con muchos esfuerzos. Construía retóricas, se encerraba en habitaciones para ensayar discursos, acostumbraba ir a las orillas del mar para lanzar sus elocuentes peroratas de tal forma que silenciaba a las olas y al bullicio de las aves y así agrandaba sus pulmones, frecuentaba a los ríos para ver en el reflejo de sus tranquilas aguas los gestos de sus alocuciones, chancaba piedras en pedacitos y con ellos hacía gárgaras para timbrar y alzar su voz. A propósito de la oratoria, el genial peruano Sofocleto (el recordado escritor de humor Luis Felipe Angell de Lama 1926-2004), que en honor al gran Sófocles adoptó tal exitoso apelativo, decía categóricamente que “la oratoria es el arte de no decir nada; pero diciéndolo con mucho énfasis”. Naturalmente que uno de los requisitos (secretos) elementales del buen orador es perderle miedo a hablar en público; pero, “la mente es una cosa maravillosa que comienza a funcionar desde el primer minuto en que nacemos y no se detiene sino hasta que nos disponemos a hablar en público” (anónimo). Si te nubla la memoria por miedo al público, adiós a tu discurso. (Imagen: 3.bp.blogspot.com)

Nada llevo, nada dejo
La muerte es inevitable. Es una Ley de la Naturaleza, de Dios. Menos los médicos pueden evitarlo, ni siquiera tardarlo. Empero, el ser se va de la vida así como vino: desnudo, sin nada. Sin nada vino a la tierra, sin nada se marcha de ella. “Encontrándose al borde de la muerte, Alejandro MAGNO convocó a sus generales y les comunicó sus tres últimos deseos: 1. Que su ataúd fuese transportado por los médicos de la época. 2. Que fueran esparcidos por el camino hasta su tumba los tesoros que había conquistado (plata, oro, piedras preciosas…) y 3. Que sus manos quedaran balanceándose en el aire, fuera del ataúd, a la vista de todos. Uno de sus generales, admirado por tan insólitos deseos, le preguntó a Alejandro cuales eran sus razones. Alejandro explicó: 1. Quiero que los más eminentes médicos carguen mi ataúd para mostrar que ellos NO tienen, ante la muerte, el poder de curar. 2. Quiero que el suelo sea cubierto por mis tesoros para que todos puedan ver que los bienes materiales aquí conquistados, aquí permanecen y 3. Quiero que mis manos se balanceen al viento, para que las personas puedan ver que vinimos con las manos vacías, y con las manos vacías partimos. (http://www.aristidesechauri.com/).

Los laberintos del cura
El amor es una locura que ni el cura lo cura … ¿me lo jura?

Domingo, mi hermano, muy a su estilo, cuenta así respecto a un cura (sacerdote) y yo, dándole alguna forma, relato en los siguientes términos. Resulta que hace varias décadas atrás, llegó al pueblo de Vito un cura para residir un tiempo y predicar la palabra de Dios. En esos tiempos entonces, recibirlo al cura significaba para el pueblo tenerlo al mismo Dios al alcance de la mano. El cura y el guardia (policía) eran, en aquellas épocas, los más temidos por el pueblo. Apenas llegado el cura, hombres y mujeres (y naturalmente las autoridades comunales) se apresuraron en ofrecerle todas las atenciones que tan noble visitante se merecía y creyendo que así lograrían indulgencias del Alto, se empeñaron en otorgarle ofrendas: gallinas, huevos, cuyes y hasta carneros. Uno de los comuneros –que guardaba en secreto unos pecadillos de faldas (de polleras) no encontró mejor modo de expiar sus culpas y purificar su alma de una vez por todas que ofreciéndole a su hermosa hija menor, calificada como la más bella (y virgen) del pueblo para el servicio doméstico del cura. Así fue pasando el tiempo, hasta que el “bendito” cura resolvió sus dubitaciones, sibilinas intenciones y sigilosas insinuaciones anteriores y persuadió a la chica no sólo a predicarle el amor sino en ¡hacerle! Además, las condiciones eran propicias por cuanto la agraciada damita estaba convencida que hacerle el favor al cura era hacerle favor al Alto Creador. Pero al cura le asaltaba su escaso lado humano y se preocupó en el hecho de que siendo ella virgen mal haría el amor sin prevenirla del dolor que significaría su desfloración. Se proveyó de ungüentos. Llegado el buen día –en realidad la buena noche- ambos estuvieron enfrascados en los prolegómenos amorosos mientras el pueblo dormía. El cura, ya perdido en su juicio y absolutamente convencido que era el primero que tocaba a la diosa del pueblo (así considerada por su deslumbrante belleza), untó en sus partes íntimas de la doncella con tan delicadeza que ocasionó la natural inquietud de ella: -doctor ¿por qué y para qué usted hace todo esto?, le dijo. -Para que no te duela, respondió. La chica con toda la naturalidad e ingenuidad propia de su edad le aventó sin misericordia en el rostro del cura diciéndole: -¿Así? ¿y cómo el sacristán lo hace sólo con la saliva? ¡Todo acabó! Al día siguiente el cura lió sus maletas y se fue para siempre del pueblo. (Imagen: www.fiebrebetica.com/media/galeria)

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