ESCRITORES INMORTALES
Empedernido lector no soy, aunque debía serlo por razones profesionales y
laborales. Como resultado de mis pocas lecturas –que demuestran que algo leo-
deseo expresar mi admiración a algunos escritores que tienen especial
significado para mí porque encontré en ellos la razón de por qué no sólo de pan
y espíritu vivimos las personas, sino también de las letras. Ya en Viñetas de
Cultura Popular (Link Julio 2008), me he referido al gran señor don RICARDO
PALMA (en mayúscula) y al argentino José Ingenieros. Espero que en las próximas
ocasiones haga también referencia a otros escritores, entonces probaría que
sigo leyendo (y existiendo). Por: Nemesio Espinoza Herrera.
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA
El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha
Miguel de Cervantes es un genial
escritor universal de todos los tiempos y ha hecho de don Quijote de la Mancha
y de Sancho Panza célebres símbolos de las personalidades humanas. En 1605 se
publica El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la obra
literaria más grande y bella de la historia humana. Nunca olvidaré ese texto
inicial que, más o menos, dice así: Don Quijote, de tanto leer y del poco
dormir se le secó su cerebro y ya perdido de juicio vino a darse con una de las
ideas que jamás dio loco en el mundo: hacerse caballero andante. Al menos
recuerdo así; pero leamos el texto original. “Es, pues, de saber –dice Miguel
de Cervantes- que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que era
los más del año), se daba de leer libros de caballerías … y llegó a tanto su
curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de
sembradura para comprar libros de caballerías … y se enfrascó tanto en su
lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de
turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el
cerebro, de manera que vino a perder el juicio… En efecto, rematado ya su
juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el
mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su
honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante.”
Como ya estaba perdido de juicio, su
enclenque caballo “le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del
Cid con él se igualaban”; y era preciso que tenga un nombre famoso “y así,
después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a
hacer en su imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su
parecer, alto, sonoro y significativo”. Pero también en el laberinto de su
imaginación que probaba que no andaba bien de juicio, le sobrevino la idea de
que “el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo
sin alma” y echó ojo a una campesina que se caracterizaba por su fealdad
pero que para él era la más bella de la comarca “y buscándole nombre que no
desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran
señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso”, a quien don Quijote ofrendaría
sus hazañas.
Luego de varias aventuras, don Quijote
decide buscar un solícito acompañante y encontró en “un labrador vecino suyo,
hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre). En
resolución, tanto le dijo, tanto lo persuadió y prometió, que el pobre villano
se determinó de salirse con él y servirle de escudero… Sancho Panza (que así se
llamaba el labrador) dejó su mujer e hijos, y asentó por escudero de su
vecino”; pero eso sí le solicitó a don Quijote que admitiera “llevar un asno
que tenía, muy bueno, porque él no estaba ducho a andar mucho a pie”.
Y así, con don Quijote de la Mancha,
Sancho Panza, el Rocinante y la Dulcinea del Toboso (aunque no físicamente,
pero siempre presente en la mente del caballero andante), Miguel de Cervantes
Saavedra arma una de las más bellas y extraordinarias historias genialmente
inventadas que abarca varios tomos. Muchos escritores, entre ellos premios
Nobel, de una u otra manera, imitan la genialidad obra. Leamos todos en casa El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Cien años de soledad
Siempre está en mí los recuerdos de la lectura de una de las obras
literarias más impresionantes del gran colombiano, premio Nobel, Gabriel García
Márquez: Cien años de soledad. Macondo, José Arcadio Buendía,
Úrsula Iguarán, Melquíades, José Arcadio, Aureliano, Amaranta; personajes
míticos de Cien años de soledad que siempre me sirven como temas de
conversación en los domésticos almuerzos sabatinos y/o domingueros en familia
que son las únicas veces que tenemos –aunque no siempre- la oportunidad de
reunirnos alrededor de una mesa.
Cien años de soledad relata la fundación, apogeo y ocaso del pueblo
de Macondo (legendario pueblo que me hace pensar en el pueblo de Vito de mi
infancia y al que le he llamado el Macondo andino) y la vida azarosa de tres
generaciones de la familia Buendía. En buena cuenta, toda familia tiene su
propia y muy particular cien años de soledad. Por ejemplo, la familia mía: José
Espinoza-Evarista Herrera, mis padres, asentados en el pueblo de Vito, tuvieron
7 hijos y éstos, en conjunto, tienen casi medio centenar de hijos quienes, a la
vez, tienen hijos; y así. Desde que nacieron mis padres transcurren más de 100
años, en los que hubieron tristezas, alegrías, lágrimas, nacimientos, muertes,
idas, venidas, guerras, hambre, sed, amor, odio, pobrezas, riquezas, etc.,
etc.; pero, al fin y al cabo; la familia en su soledad, como la propia
humanidad.
“Muchos años después –dice Gabo al iniciar su célebre novela-, frente al
pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella
tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces
una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un
río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas,
blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Macondo era un pueblo tan pequeño
y atrasado que el gitano trotamundo Melquíades solía llevar, cada vez, nuevos
inventos que mostraba a los pocos pobladores que extasiados admiraban los
avances que había en otros lares.
Llevó, por ejemplo, un imán grande. “Melquíades hizo una truculenta
demostración pública … Fue de casa en casa arrastrando dos lingote metálicos, y
todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los
anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los
clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos
desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado”. José
Arcadio Buendía, inteligente, idealista, imaginativo, creativo y emprendedor,
determinó inventar un dispositivo a partir del imán inútil que Melquíades
mostraba “para desentrañar el oro de la tierra”, aunque le dijeron que “Para
eso no sirve”, José Arcadio “cambió su mulo y una partida de chivos por los dos
lingotes imantados.
Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar
el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. –Muy pronto ha de
sobrarnos oro para empedrar la casa, replicó su marido”. Y así, el pobre José
Arcadio fue arrastrando por un buen tiempo los pesados lingotes imantados por
los alrededores de Macondo; fracasó porque no logró desentrañar ni un milésimo
de gramo del ansiado oro.
En otra ocasión, Melquíades y su séquito, llevó otro invento: una lupa
grande e hizo, como era su costumbre, una exhibición estridente. “Sentaron a
una gitana en un extremo de la Aldea e instalaron el catalejo a la entrada de
la carpa. Mediante el pago de cinco reales, la gente se asomaba al catalejo y
veía a la gitana al alcance de la mano. –Dentro de poco (pregonaba Melquíades)
el hombre podrá ver lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra, sin moverse
de su casa”. También prendieron fuego en un montículo de hierbas secas como
consecuencia de los rayos solares que pasaba por la lupa. “José Arcadio
Buendía, quien aún no acababa de consolarse por el fracaso de sus imanes,
concibió la idea de utilizar aquel invento como un arma de guerra”. Su idea era
sencilla: con una lupa gigantesca podía quemar a distancia a los soldados
enemigos.
Hizo una serie de experimentos “Pasaba largas horas en su cuarto, haciendo
cálculos sobre las posibilidades estratégicas de su arma novedosa, hasta que
logró componer un manual de una asombrosa claridad didáctica y un poder de
convicción irresistible”. José Arcadio Buendía esperaba una orden del gobierno
que no se sabía dónde diablos tenía su sede “con el fin de hacer demostraciones
prácticas de su invento ante los poderes militares y adiestrarlos personalmente
en las complicadas artes de la guerra solar. Durante veinte años esperó la
respuesta”. Por supuesto, nunca llegó. José Arcadio Buendía, en otra ocasión y
con algunos instrumentos de observación astronómica que Melquíades le obsequió
en homenaje a su gran sabiduría congénita, descubrió lo que en otras partes del
mundo ya se había descubierto: que la tierra era redonda. En otra ocasión montó
un laboratorio de química para sus investigaciones de alquimia y fabricar la
piedra filosofal para convertir en oro todo; pero sin resultados.
Después de muchos años vuelve el viejo gitano peregrino Melquíades a
Macondo. Entonces la admiración ya no era los inventos que traía como dueño de
circo sino él mismo, pues, era increíble, estaba muy joven y su secreto era su
dentadura postiza. “Quienes recordaban sus encías destruidas por el escorbuto,
sus mejillas fláccidas y sus labios marchitos se estremecieron de pavor ante
aquella prueba terminante de los poderse sobrenaturales del gitano. El pavor se
convirtió en pánico cuando Melquíades se sacó los dientes y se les mostró al
público por un instante”.
Para complemento de la soledad, José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, eran
primos. De enamorados recelaban tener relaciones sexuales por temor no sólo al
incesto sino a que sus hijos nacieran con cola de cerdo como había ya antecedentes
en la familia. “José Arcadio Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años,
resolvió el problema con una sola frase: -No me importa tener cochinitos,
siempre que puedan hablar. Así que se casaron con una fiesta que duró tres
días… la madre de Úrsula … Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido le
violara dormida (confeccionó una especie de prenda de castidad). Úrsula se
ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con
lona de velero … Durante la noche forcejeaban varias horas con una ansiosa
violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición
popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que
Úrsula seguía virgen un años después de casada, porque su marido era impotente.
J
José Arcadio Buendía fue el último que conoció el rumor”. Un día en una
pelea de gallos el de José Arcadio Buendía gana al del vecino Prudencio Aguilar
y éste de puro picón y asegurando que todos los presentes escucharan, gritó:
“Te felicito. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer”, pocos
minutos después Prudencio era muerto atravesada su garganta por una lanza
arrojada con furia por José Arcadio Buendía quien vengó tamaña ofensa. En la
noche de este trágico día “José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando
su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad” y ordenó que se lo quitara
“–Si has de parir iguanas, criaremos iguanas, dijo, -Pero no habrá más muertes
por culpa tuya”. Y así, Gabriel García Márquez sigue en las restantes 350
páginas relatando amenamente los cien años de soledad de la familia Buendía.
MARIO VARGAS LLOSA
La guerra del fin del mundo
Laureado y universal célebre escritor sanmarquino que bien pudo ya haber
ganado el Premio Nobel de Literatura, pero no dudo que en algún momento,
merecidamente, se le otorgará. Su padre pensaba que San Marcos era una
universidad de cholos, apristas y comunistas y por eso insistía que debía
estudiar en La Católica; pero, Mario Vargas Llosa prefirió, a mucha honra,
estudiar Literatura en San Marcos. “Cuando entré a San Marcos –dice MVLL- era
un muchacho que amaba la literatura. Cuando egresé estaba convencido que
escribir era mi destino y estaba resuelto a hacer lo imposible para lograrlo”.
“Seguí la carrera de Letras y Derecho en San Marcos. La primera por vocación y
la segunda por resignadas razones alimenticias”.
“El HOMBRE era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era
oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Calzaba
sandalias de pastor y la túnica morada que le caía sobre el cuerpo recordaba el
hábito de esos misioneros que, de cuando en cuando, visitaba los pueblos del
sertón bautizando muchedumbres de niños y casando a las parejas amancebadas.
Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su
facha tranquila, en sus costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que,
aun antes de que diera consejos, atraía a las gentes”. Esta cita textual, que
para mí es extraordinaria, corresponde al primer párrafo de su célebre
novela La guerra del fin del mundo que tiene cerca de 680
páginas y leerla te involucra en las complejidades del conflicto entre el
fanatismo y la razón en el pueblo de Canudos (especie de Macondo), ubicado en
Salvador de Bahía, Brasil.
En el texto citado, MVLL se refiere a un existente Antonio Consejero
(Antonio Vicente Mendes Maciel), un fanático líder brasileño que tuvo como
enemigos principales al Estado y a la Iglesia y desató una de las guerras más
cruentas que registra la historia de Brasil: la historia real de la Guerra de
Canudos. Por eso MVLL cita al inicio de la narración un retrato de O Fanatico
Antonio Conselheiro, el mapa de Canudos (Canudos e suas cercanias) y el
epígrafe “O Anti-Christo nasceu para o Brasil gobernar. Mas ahí está O
Conselheiro para delle nos librar”. Y así, Jurema, el enano del circo, Galileo
Gall, el periodista miope y otros personajes hacen de la novela La guerra del
fin del mundo una de las mejores de MVLL.
MVLL es, además, dueño de una frondosa obra literaria. La ciudad y los
perros, La casa verde, Conversación en la catedral, Pantaleón y las
visitadoras, Elogio de la madrastra, Lituma en los andes, la Fiesta del chivo;
son entre otras, sus famosas obras.
JOSE MARIA ARGUEDAS
Todas las sangres
La famosa novela Todas las sangres del gran escritor
apurimeño y sanmarquino José María Arguedas, inicia relatando el suicidio del
“Viejo”, don Andrés Aragón de Peralta, patriarca terrateniente y gamonal
ricachón de la sierra con cuya muerte sobreviene la destrucción de su estirpe
feudal. “El viejo se subió a tientas las gradas de piedra que conducían como un
túnel a lo alto de la torre…llegó hasta las campanas .. Era día de fiesta y la
multitud rebasaba hasta el atrio. Hombres y mujeres del pueblo y de los anexos próximos
y lejanos habían venido a oír misa …(El viejo) estaba vestido de levita; sobre
la camisa blanca, una corbata vieja, de seda brillante, se agitaba en el
aire. -¡Escuchadme, malditos! ¡Maldito pueblo! ¡Maldito cura! ¡Maldita plaza!
--- -¡Señores: ya voy a morir!. Oíd mi última voluntad, desde esta altura que
no es de Dios solamente … Las campanas no tocan para el cura únicamente … ¡La
torre No es de Dios. Es mía. … Escúchenme k’anras (sucios)… -Te estaba
esperando cura ¡Traga hostias! … tus oraciones son de lata y no llegan al
cielo, obedece la receta de los layk’as (brujos) … el anticristo es el cura …
¡Muladar, akatank’a (insecto cuyo hábitat son las eses) … Ustedes, los indios
van a entrar por la puerta grande a mi casa (cuando yo muera) ¡De frente, como
dueños! Pongo de testigos al pueblo y a su cura. … y llévense cuanto es mío. Mi
mujer seguirá encerrada en su cuarto con la Gertrudes .. ¡Yo predico la
venganza, señores! .. sus manos temblaban. –No es cobardía; es el alcoholismo …
El cuerpo del anciano se convulsionaba débilmente; tenía un poco de espuma en
la boca.” Y así, el Viejo se suicidó tomando veneno.
La novela se entreteje en el odio entre los hijos del Viejo, don Bruno
(terrateniente de nata mentalidad feudal) y don Fermín (de mentalidad de un
típico hombre de negocios aburguesado que deseaba ver la modernidad en la
sierra). Así mismo la novela –en sus 604 páginas- recrea las complejidades
sociales que se suscitan en torno a la explotación de la mina Aparcora en la
que la empresa transnacional, movida por apetitos gananciales, crea condiciones
objetivas para la convulsión social campesina en Lahuaymarca liderada por un
indio, Rendón Willca, quién había asistido al colegio, había estado en Lima y
sabía lo que significaba la clase dominante y propició una gran rebelión en
contra del sistema imperante.
Así mismo, en esta novela Arguedas hace célebres, además de las ya
mencionadas, algunas otras palabras quechuas: Punaruna (indio), Salk’a
(salvaje, ignorante), Maula (pérfido, felón), Alk’o (cobarde), Chascha
(adulete), Wak’ate (cobarde, llorón), Saccra (diablo, anticristo), K’echa
(débil de carácter).
Por otra parte, hay un extraordinario libro, Las cartas de Arguedas escrito
por John V. Murra, que leí no recuerdo dónde ni cuándo. En este libro, Murra,
gran amigo personal de Arguedas, hace referencias, por ejemplo, de las penurias
de un José María sin un centavo en el bolsillo, sobre su contacto con
prostitutas en Chile, sobre su impotencia, etc. que Arguedas escribía a Murra y
también sobre lo que significaba para él (José María) la “Mama Lola Hoffman”,
su psiquiatra. Como se sabe, Arguedas se suicida con un tiro en la sien estando
en la Universidad Agraria La Molina; entonces Arguedas era también profesor de
San Marcos.
Jaime Guardia, famoso charanguista de Huamanga, que hoy nos sigue brindando
las melodías de su charango con canciones ancestrales ayacuchanas, fue amigo
personal de José María, al igual que el eximio violinista sentimental andino
Máximo Damián y disfrutaba muy sinceramente de su música así como de los
danzantes de tijeras. Arguedas dedica la novela Todas las sangres a
Jaime Guardia; diciendo así: “A Jaime Guardia, de la villa de Pausa, en quien
la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites.”
Yawar fiesta, Los ríos profundos, El sexto, El zorro de arriba y el zorro
de abajo, La agonía de Rasu Ñiti y otras, son las obras de José María Arguedas
que le ha convertido en un escritor apurimeño de talla universal.
JULIO RAMÓN Y RIBEYRO
La palabra del mudo (Antología)
Julio Ramón Ribeyro se destacó por sus famosos cuentos cuyos protagonistas
eran pobres, marginados; por consiguiente, sin voz (y sin voto). En tanto que
otros escritores se ocupaban de la vida de los pueblos, de las guerras, del
amor, de las aventuras, etc.; Ribeyro escribía acerca de la extrema pobreza y
sus crueles manifestaciones en las personas marginadas de la sociedad “oficial”
peruana. Narraba la inhumana existencia de los pobres que ningún lector con
sensibilidad podía dejar de conmoverse. En tal sentido Ribeyro fue un escritor
que altisonante enarboló la voz muda de los desheredados. Si los hombres,
niños, ancianos y mujeres pobres eran, por antonomasia, mudos; Ribeyro estaba
para alzar sus voces y señalarles que ahí estaban presentes, que también eran humanos.
En la antología (colección de cuentos) titulada La palabra del mudo,
en el cuentoLos gallinazos sin plumas Ribeyro dice: “A las seis de
la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza a dar sus primeros
pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una
atmósfera encantada … Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus
casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros inician por
la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta
hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando,
canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. … A esa
hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y comienza a berrear: -¡A
levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora! Los dos muchachos corren a la
acequia del corralón frotándose los ojos legañosos. … Don Santos, mientras
tanto, se aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo
que se revuelca entre los desperdicios”.
Los niños Efraín y Enrique, obligados a trabajar recogiendo desperdicios en
los basurales, tenían que “escoger una acera de la calle para la exploración
(de la basura). Un cubo de basura es siempre una caja de sorpresas. Se
encuentran latas de sardinas, zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes
muertos, algodones inmundos. A ellos sólo les interesan los restos de comida…
No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un día Efraín encontró unos
tirantes con los que fabricó una honda. Otra vez una pera casi buena que devoró
en el acto. Enrique, en cambio, tiene suerte para las cajitas de remedios, los
pomos brillantes, las escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que
colecciona con avidez”.