Los laberintos del Cura
El amor es una locura que ni el cura lo cura … ¿me lo jura?
El amor es una locura que ni el cura lo cura … ¿me lo jura?
Domingo, mi hermano, muy a su estilo, cuenta así respecto a un cura
(sacerdote) y yo, dándole alguna forma, relato en los siguientes términos.
Resulta que hace varias décadas atrás, llegó al pueblo de Vito un cura para
residir un tiempo y predicar la palabra de Dios.
En esos tiempos entonces, recibirlo al cura significaba para el pueblo
tenerlo al mismo Dios al alcance de la mano. El cura y el guardia (policía)
eran, en aquellas épocas, los más temidos por el pueblo. Apenas llegado el
cura, hombres y mujeres (y naturalmente las autoridades comunales) se
apresuraron en ofrecerle todas las atenciones que tan noble visitante se
merecía y creyendo que así lograrían indulgencias del Alto, se empeñaron en
otorgarle ofrendas: gallinas, huevos, cuyes y hasta carneros.
Uno de los comuneros –que guardaba en secreto unos pecadillos de faldas (de
polleras) no encontró mejor modo de expiar sus culpas y purificar su alma de
una vez por todas que ofreciéndole a su hermosa hija menor, calificada como la
más bella (y virgen) del pueblo para el servicio doméstico del cura.
Así fue pasando el tiempo, hasta que el “bendito” cura resolvió sus
dubitaciones, sibilinas intenciones y sigilosas insinuaciones anteriores y
persuadió a la chica no sólo a predicarle el amor sino en ¡hacerle! Además, las
condiciones eran propicias por cuanto la agraciada damita estaba convencida que
hacerle el favor al cura era hacerle favor al Alto Creador.
Pero al cura le asaltaba su escaso lado humano y se preocupó en el hecho de
que siendo ella virgen mal haría el amor sin prevenirla del dolor que
significaría su desfloración. Se proveyó de ungüentos. Llegado el buen día –en
realidad la buena noche- ambos estuvieron enfrascados en los prolegómenos
amorosos mientras el pueblo dormía.
El cura, ya perdido en su juicio y absolutamente convencido que era el
primero que tocaba a la diosa del pueblo (así considerada por su deslumbrante
belleza), untó en sus partes íntimas de la doncella con tan delicadeza que
ocasionó la natural inquietud de ella: -doctor ¿por qué y para qué usted hace
todo esto?, le dijo. -Para que no te duela, respondió. La chica con toda la
naturalidad e ingenuidad propia de su edad le aventó sin misericordia en el
rostro del cura diciéndole: -¿Así? ¿y cómo el sacristán lo hace sólo con la
saliva? ¡Todo acabó! Al día siguiente el cura lió sus maletas y se fue para
siempre del pueblo.
Por: Nemesio Espinoza Herrera
(Imagen:www.fiebrebetica.com/media/galeria)
Por: Nemesio Espinoza Herrera
(Imagen:www.fiebrebetica.com/media/galeria)
No hay comentarios:
Publicar un comentario