Don MANUEL GONZÁLEZ
PRADA: REBELDE Y RADICAL
Su verdadero
nombre es José Manuel de los Reyes González de Prada y Ulloa (Lima, 1844-1918).
Es decir, pertenece a una familia de alcurnia. “Como ensayista es considerado
uno de los mejores del Perú. Se destacó por ser un ferviente crítico de la
sociedad en que le tocó vivir. Durante la guerra contra Chile, participó en las
batallas de San Juan y Miraflores e hizo sentir su marcado sentimiento
antichileno. Viaja a Europa donde permanece alrededor de siete años. Fue
Director de la Biblioteca Nacional en reemplazo de don Ricardo Palma”.
(Referencias de Wikipedia).
Sanmarquino
momentáneo, el gran don Manuel González Prada fue un destacado pensador
“outsider”, valiente, rebelde, ávido de cambiar la sociedad, con radicales
pensamientos contra la Iglesia y el Estado considerados como oprobios a la
condición humana de los desheredados. Propugnaba la abolición del Estado, por
eso es conocido como anarquista.
Manuel
González Prada, autodidacta, tiene varias publicaciones, aunque sóloPájinas(sic) libres y Horas
de lucha fueron publicadas mientras estaba vivo. La mayoría de sus
publicaciones fueron hechas póstumamente. González Prada en sus ensayos se
ocupa de una serie de temas de interés nacional tales como la situación del
indio, la iglesia católica y la prevalencia de una sociedad corrupta en todos
los niveles.
Don Manuel González Prada hizo
famosa esta sentencia suya: "Los viejos a la tumba, los jóvenes a la
obra." Fundó el Partido Nacional. Admiró la ciencia (positiva), por tal
razón es conocido como pensador positivista y es uno de los
más preclaros representantes del positivismo en el Perú
(Javier Prado, Jorge Polar y Manuel Vicente Villarán; fueron también positivistas).
Siendo positivista convicto rechazó la resueltamente a la metafísica (cargada
de la Teología). Siendo positivista se opuso a la religión y atacó al
catolicismo peruano por sus tácticas acomodaticias y alianza con los poderosos.
Don Manuel propugnaba la separación de la Iglesia y del Estado y planteaba que
en la Educación no debía haber enseñanza religiosa. Pero, Don Manuel González
Prada también criticaba la indolencia del pueblo, de los oprimidos que no hacía
nada por sacudirse del dominio de sus dirigentes, de sus autoridades, de sus
gobernantes, de sus avasalladores.
Respecto a la religión,
especialmente dirigiéndose a la Católica, decía: “La religión sirve como
poderoso instrumento de servidumbre: con la resignación encadena el esfuerzo de
rebeldía; con la esperanza de un bien póstumo adormece el presente dolor de los
desheredados” (Pájinas Libres). En esta misma obra expresa su
animadversión a una sociedad injusta. “Si un humorista inglés –decía don
Manuel- deseaba que las caras de todos los hombres se redujera a una sola, para
darse el gusto de escupirla ¿Quién no anhelaría que la humanidad tuviera un
solo rostro para poder enjugar todas las lágrimas”.
En su obra Horas de Lucha destaca
la siguiente declaración: “Ese Dios pasible y egoísta que eternamente cabecea
en lo infinito, mientras el universo se retuerce en el dolor, la desesperación
y la muerte. La opresión se llama Estado, Iglesia y Capital, tres
manifestaciones solidarias del poder que esclaviza al hombre”.
Sobre la Ciencia, Manuel González
Prada decía: “Si la ignorancia de los gobernantes y la servidumbre de los
gobernados fueron nuestros vencedores, acudamos a la Ciencia, ese redentor que
nos enseña a suavizar la tiranía de la naturaleza, adoremos la Libertad, esa
madre engendradora de hombres fuertes. No hablo, señores, de la ciencia momificada
que va reduciéndose a polvo en nuestras universidades retrógradas: hablo de la
Ciencia con ideas de radio gigantesco, de la Ciencia que trasciende a juventud
y sabe a miel de panales griegos, de la Ciencia positiva que en sólo un siglo
de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenio
enteros de Teología y Metafísica” (Páginas libres, Pág 66. Los
subrayados son míos).
Manuel González Prada sale en
defensa de su ideología anarquista. Precisamente en el artículo Anarquía dice:
“Si a una persona seria le interrogamos qué entiende por Anarquía, nos dirá,
como absolviendo la pregunta de un catecismo: "Anarquía es la dislocación
social, el estado de guerra permanente, el regreso del hombre a la barbarie
primitiva". Llamará también al anarquista un enemigo jurado de vida y
propiedad ajenas, un energúmeno acometido de fobia universal y destructiva, una
especie de felino extraviado en el corazón de las ciudades.
Para muchas gentes, el anarquista
resume sus ideales en hacer el mal por el gusto de hacerle. Sin embargo
Anarquía y anarquista encierran lo contrario de lo que pretenden sus
detractores. El ideal anárquico se pudiera resumir en dos líneas: la libertad
ilimitada y el mayor bienestar posible del individuo, con la abolición del Estado
y la propiedad individual. Si ha de censurarse algo al anarquista, censúresele
su optimismo y la confianza en la bondad ingénita del hombre. El anarquista,
ensanchando la idea cristiana, mira en cada hombre un hermano; pero no un
hermano inferior y desvalido a quien otorga caridad, sino un hermano igual a
quien debe justicia, protección y defensa.
Rechaza la caridad como una
falsificación hipócrita de la justicia, como una ironía sangrienta, como el don
ínfimo y vejatorio del usurpador al usurpado. No admite soberanía de ninguna
especie ni bajo ninguna forma, sin excluir la más absurda de todas: la del
pueblo. Niega leyes, religiones y nacionalidades, para reconocer una sola
potestad: el individuo. Tan esclavo es el sometido a la voluntad de un rey o de
un pontífice, como el enfeudado a la turbamulta de los plebiscitos o a la
mayoría de los parlamentos. Autoridad implica abuso, obediencia denuncia
abyección, que el hombre verdaderamente emancipado no ambiciona el dominio
sobre sus iguales ni acepta más autoridad que la de uno mismo sobre uno mismo”.
Sobre el Estado, en Anarquía dice:
“El individuo se ha degradado hasta el punto de convertirse en cuerpo sin alma,
incondicionalmente sometido a la fuerza del Estado; para él suda y se agota en
la mina, en el terruño y en la fábrica; por él lucha y muere en los campos de
batalla. En la Edad Media fuimos un trozo de género para coser una sotana; hoy
somos el mismo trozo para hacer una casaca. Y (todo lo sufrimos cobarde y
ovejunamente! Merced a innumerables siglos de esclavitud y servidumbre, parece
que hubiéramos adquirido el miedo de vernos libres y dueños de nosotros mismos:
en plena libertad, vacilamos como ciegos sin lazarillo, temblamos como niño en
medio de las tinieblas”.
En Horas de Lucha Manuel
González Prada se rebela contra el silente complicidad con la penosa condición
humana: “Ese librepensamiento no sirve de mucho en los combates de la vida, y
el hombre que le ejerce no pasa de un filósofo egoísta, infecundo, en una
palabra, neutro. ¿Qué vale condenar en el fuero interno las supersticiones, si
a la faz del mundo las aprobamos tácitamente? ¿De qué aprovecha estrangular
imaginariamente a los criminales, si realmente les tendemos la mano de amigo?
¿Qué bien reportan a la Humanidad los sabios que se emparedan en su yo, sin
comunicar a nadie la sabiduría? Linternas cerradas, alumbran por dentro.
Cuando se abriga una convicción, no
se la guarda religiosamente como una joya de familia ni se la envasa
herméticamente como un perfume demasiado sutil: se la expone al aire y al Sol,
se la deja al libre alcance de todas las inteligencias. Lo humano está, no en
poseer sigilosamente sus riquezas mentales, sino en sacarlas del cerebro,
vestirlas con las alas del lenguaje y arrojarlas por el mundo para que vuelen a
introducirse en los demás cerebros. Si todos los filósofos hubieran filosofado
en silencio, la Humanidad no habría salido de la infancia y las sociedades
seguirían gateando en el limbo de las supersticiones”. “Sincera y osadamente
formulamos nuestras convicciones, sin amedrentarnos por las consecuencias, sin
admitir división entre lo que debe decirse y lo que debe callarse, sin profesar
verdades para el consumo del individuo y verdades para el uso de las
multitudes.
Erradiquemos de nuestras entrañas
los prejuicios tradicionales, cerremos nuestros oídos a la voz de los miedos
atávicos, rechacemos la imposición de toda autoridad humana o divina, en pocas
frases, creémonos un ambiente laico donde no lleguen las nebulosidades
religiosas, donde sólo reinen los esplendores de la Razón y la Ciencia.
Procediendo así, viviremos tranquilos, orgullosos, respetados por nosotros
mismos; y cuando nos suene la hora del gran viaje, cruzaremos el pórtico
sombrío de la muerte, no con la timidez del reo que avanza en el pretorio, sino
con la arrogancia del vencedor romano al atravesar un arco de triunfo”.
Respecto al INDIO, dice: “Entre
tanto, y por regla general, los dominadores se acercan al indio para engañarle,
oprimirle o corromperle. Y debemos rememorar que no sólo el encastado nacional
procede con inhumanidad o mala fe: cuando los europeos se hacen rescatadores de
lana, mineros o hacendados, se muestran buenos exactores y magníficos
torsionarios, rivalizan con los antiguos encomenderos y los actuales
hacendados. El animal de pellejo blanco, nazca donde naciere, vive aquejado por
el mal del oro6: al fin y al cabo cede al instinto de rapacidad. Bajo la
República ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española? Si no existen
corregimientos ni encomiendas, quedan los trabajos forzados y el reclutamiento.
Lo que le hacemos sufrir basta para descargar sobre nosotros la execración de
las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le
envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a
destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizarnos cacerías
y matanzas como las de Amantani, Llave y Huanta. Al indio no se le predique
humildad y resignación sino orgullo y rebeldía. ¿Qué ha ganado con trescientos
o cuatrocientos años de conformidad y paciencia?”
Por: Nemesio Espinoza Herrera
Por: Nemesio Espinoza Herrera
No hay comentarios:
Publicar un comentario