INGRATITUDES
Después de dos años visité a mis
padres
Generalmente suelo ser
muy apegado a mis padres. Aun separados por distancias, siempre he buscado y
encontrado oportunidades para estar junto a ellos. En estos dos últimos años,
preocupaciones cotidianas me impidieron visitarlos. Un buen día decidí ir al
encuentro. Llegué a su humilde morada sin que ellos esperaran mi visita. Ahí
estaba mi papá José y mi mamá Evarista, ya muy avanzados en edad y con las
mismas ropas de hace tiempo. –¡Hijo!, cómo estás, te hemos extrañado mucho, me
dijo mi padre sorprendido y con lágrimas en sus ojos, abrazándome y
poniéndome luego sus manos en mis hombros como es su costumbre. Mi madre,
siempre efusiva con sus hijos, irrumpió y se abalanzó hacia mí para abrazarme y
besarme envuelto en lágrimas; así siempre ella es. Mi visita fue una gran
sorpresa para ellos después de dos largos años.
Me he visto conmovido
al ver a mi padre muy avanzado de edad, un poco encorvado ya –él que siempre
nos daba el ejemplo de andar siempre erguido, aun anciano-, su cabeza estaba
totalmente cubierta de canas relucientes, peinadas hacia atrás, como siempre,
dejando su arrugada frente totalmente libre a la usanza de sus tiempos mozos;
al parecer se había afeitado recientemente y veo que no ha dejado su costumbre
de usar un pequeño bigote al estilo Hitler. Él, que se burlaba de ancianos que
usan bastón porque decía que era de viejos tembleques, ahora sólo podía moverse
y muy pesadamente asistido por un bastón de sauce bien hecho que según me
contaría después él mismo se fabricó. Mi padre estaba cubierto de harapos pero
impecablemente remendados intuyo por mi madre porque ella es una experta en
remiendos; recuerdo que ese saco y camisa que eran de mi uso le he obsequiado
hace ya muchos años, pues entonces tampoco podía comprarle ropa nueva, no por
mezquindad sino por carencia; su pantalón de siempre y sus clásicos calzados
que siendo de color marrón para su dueño inicial, mi hermano Domingo, fue
cambiando de color y ahora por el paso del tiempo, en su mayor parte cuarteados
y deformados, había adquirido un vetusto color grisáceo plañidero. Tremenda
sorpresa me llevé, sin embargo, al notar que su pesado andar aunque de delgada
figura cubierta de ropa andrajosa, estaba recompensada por su dentadura, natural
y estaba ¡completa!.
Igual o más me
conmovió al ver a mi madre. No podía creerlo que ella, acostumbrada a andar
sacándose sus canas una por una –pelaba una y aparecían 20- y ya resignaba a
tenerlas al considerar inexorable, su escasa y corta cabellera estaba
totalmente blanca luciente y, como siempre, se había hecho su habitual pequeña
trenza de una sola tira que más parecía cola de “chacha” (mascota), como solía
decir mi cuñada Ubaldina. Cuan vieja estaba mi madre e igualmente haraposa pero
limpia (la limpieza y la pulcritud son apreciados valores para ella) con su
habitual chompa azul, blusa blanca y su falda a cuadritos de color blanco y sus
zapatos negros, todos ellos muy corroídos por el trascurrir del tiempo; pero
eso sí, ropa comprada especialmente para ella, porque no teniendo hijas –sólo
una pero viviendo muy lejos- era imposible que usara ropa de sus hijas, a
diferencia del caso de mi padre, quien teniendo varios hijos, bien podía usar
sus prendas. Apoyada en un grueso bastón de sauce, mi madre se esforzaba en
presentarse ante mí erguida y nunca olvidaré su familiar figura frágil y
medianamente pequeña que despierta ternura y, cuándo no, de fácil lágrima,
llorando como siempre.
-Qué agradable
sorpresa Nemesio que nos hayas visitado, estoy muy contento de verte querido
hijo, dijo mi padre todavía con lágrimas en sus ojos. -Te veo muy acabado hijo,
estás canoso, qué te está sucediendo. –Bueno, padre son como dice Cantinflas
“cachetadas de la vida”, pero yo estoy hecho para hacer frente a las vicisitudes
de la vida. –Cómo están tus hermanos Juan, Domingo, Felícitas, Justo;
interrumpe mi madre -ellos también nos han olvidado y no vienen a visitarnos.
-Todos estamos bien mamá, no te preocupes, le dije. Y así, sin darnos cuenta ya
habían pasado varias horas de conversar de todo y, por supuesto, como es
habitual en estos encuentros, les invité tomar conmigo dos botellas de cerveza.
Siendo ya tarde, nos despedimos muy efusivamente con el compromiso de volver
cotidianamente y desde su puerta mis padres blandearon sus manos en señal de
despedida y del pronto retorno. Satisfecho de haberlos visitado a mis padres
después de dos años y con el compromiso de hacerlo frecuentemente, salí del
Cementerio Nueva Esperanza en el que descansan en paz mis padres José y Evarista.
Mi padre se fue a la eternidad hace ya 20 años y mi madre 5 años
después. Nunca los olvidaremos.
Por: Nemesio Espinoza
Herrera
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