09 enero, 2014

EL VOTO DEL CELIBATO: pecaminosos encuentros sexuales

EL VOTO DE CELIBATO
Buena excusa para las relaciones sexuales furtivas que al ser pecaminosas y prohibidas resultan más placenteras e intensas.
El celibato significa no tener, nunca, relaciones sexuales. Ser célibe no es ser soltero porque él puede y debe tener su vida sexual, luego puede casarse y así no ser célibe. El celibato es una opción de vida. Es la mejor expresión de la castidad. Empero, es absolutamente anormal. Es pretender transgredir una Ley natural. No hay, no puede haber célibes en el mundo animal (ni vegetal). El celibato es, entonces, sólo un decir, una mera hipocresía humana. Salvo que en el momento del rito de hacer el Voto del Celibato sean castrados y sus genitales cercenados; ni aun así. Con el perdón de todos, dudo que Jesús y Buda, por ejemplo, siendo terrenales de carne y hueso hayan sido célibes; aunque sí castos sin duda. Así pues, el voto del celibato que hacen –deben hacer- los curas y los monjes, es creación humana y su propósito es enteramente razonable pues el que no está pensando en el sexo a cada rato y en todo momento, más aún, haciéndolo (característica inmanente del hombre y de la mujer) tiene la dedicación exclusiva (a cuerpo y alma) para el servicio a Dios, o a los dioses, o a la meditación, o a la prédica.
El voto del celibato que hacen los sacerdotes (entre ellos, el Papa) y los monjes budistas es el compromiso expreso, tácito y voluntario de pasar su vida sin tener relaciones sexuales pues había que ser puros para dedicarse, de verdad, a sus sagradas misiones. Pero, siendo un imposible natural, levantas una piedra y ahí están los célibes retractarios. Siendo hasta Dios y la Naturaleza –según piensan los célibes- silentes cómplices de las transgresiones del voto de celibato, de mil casos de “célibes” haciendo relaciones sexuales furtivas y enteramente pecaminosas, sólo salen a luz uno. En el celibato; las relaciones sexuales se hacen más no se dicen, no se oyen ni se miran. El celibato es, pues, una ilusión, una quimera, una entelequia.
El celibato debe estar proscrito por estar prohibido por la naturaleza. Los curas y los monjes deben casarse; el Papa, el Buda deben tener esposas e hijos porque así manda la naturaleza: procrear hombre y mujer. Así evitamos una de las tantas hipocresías humanas. Así salvamos tantas violaciones hasta de niños por parte de los obispos –Dios, por qué nos has abandonado. Así evitamos tantos fetos (asesinatos) que en cada época se encuentran en conventos, así evitamos tantos escándalos sexuales, así evitamos las relaciones sexuales clandestinas de los “religiosos” que por ser furtivas incitan todavía más al pecado carnal. (“La predicación de la castidad es una incitación publica a la contranaturaleza. Todo desprecio de la vida sexual, toda impurificación de la misma con el concepto de “impuro” es el autentico pecado contra el espíritu santo de la vida.” Nietzsche.)
Hace poco, por ejemplo, el párroco Jeremías de Trujillo, demostrando que de cura y de célibe no tiene absolutamente nada al igual que el ejército de sus congéneres, se hace filmar teniendo relaciones sexuales no sólo en la casa de Dios (Templo) sino delante de él, con una dama amancebada, empleada de limpieza del Monasterio. Digo “se hace filmar” porque es tan ingenuo este obsceno párroco que deja el Convento abierto y su habitación de placeres carnales sin cerrojo para, en plena “faena”, ser filmado precisamente por el esposo de la pecaminosa e indecente doña Eleuteria (que Dios la coja confesada). Jeremías debía aprender de los tantos prelados que hacen (el amor) con las de adentro (monjas) o con las de afuera, pero bien. Tan bien que ni Dios ha visto ni se ha enterado. Dios perdona el pecado, más no el escándalo.


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