02 enero, 2014

Maridos de alquiler

MARIDOS DE ALQUILER
 
La huachana Julia (procedente de Huacho), una de esas hermosas cholas cuarentonas, casada con un piurano y con dos hijos, había tenido la oportunidad de ir sola a San José de Costa Rica a asistir a una conferencia propia de su especialidad profesional. Ella, que es mi mejor amiga, me contó esta anécdota que paso a contarles.

No se crea que sólo los hombres pensamos a cada y en todo momento en el sexo y estamos fabricando en el lugar que nos encontremos fantasías sexuales. Las mujeres son aún más finas en estas artes. La mente de Julia siempre estaba ocupándose en pensamientos enteramente humanos: el sexo. Hasta vino a decirse a sí misma: “sería maravilloso tener un encuentro con un Tico”, que es el gentilicio del costarricense. Incluso fue más allá. “Así como hay casas de citas para los hombres, por qué no tendría que haber también para las mujeres, sociedad machista de mierda”, murmuró para sus interiores y martilleaba su mente el alevoso e instintivo deseo de “tirarse una canita al aire” –que según ella no sólo debía ser privilegio de los hombres.
Estaba sola, sin su marido, sin vista de conocidos ¿por qué no?, se dijo, aunque concluía que era una posibilidad muy remota, imposible. Cuando estuvo en estas cavilaciones voluptuosas, sentada al lado de la ventanilla de un ómnibus-colectivo en camino al evento, de pronto vio un aviso colgado en la puerta de una casa que decía: “MARIDOS DE ALQUILER”.
Julia, enfrascada como estaba en sus pensamientos “húmedos”, pudo haber perdido la razón porque el referido aviso tejió con convicción en cuestión de segundos el siguiente razonamiento: Claro, Costa Rica no es el Perú; lo que aquí es natural, allá es pecaminoso, y hasta ponen avisos públicos para, previo pago, entregarse al fogosoTico. O mejor-no, o mejor-sí, o mejor-no; en esa enredada tribulación triunfó el mejor-sí. Se santiguó mentalmente y resolvió de manera resuelta adentrarse en esa pecaminosa aventura. -virgencita de las Puertas, querido Anastacio –que así se llamaba su marido- perdónenme ustedes pero estoy decidida a esta aventura, que Dios me perdone. Así decidió resueltamente Julia en el diálogo consigo misma y como impulsada por un resorte se paró y pidió al conductor que se detuviera porque iba a bajar.
Y casi corriendo regresó hacia el lugar donde había visto tal bendito aviso. Pasándose las salivas, nerviosa pero gozosa al estar inmersa en ese dulce y ambiguo laberinto del pecado carnal, con su dedo índice tembloroso pulsó el timbre. Una señora le abrió la puerta y le hizo pasar y ella, ofuscada que estaba, pensó: aah esta es la señora que alquila a su marido, bendita señora, se dijo. –Vengo por el aviso, dijo Julia muerta de miedo. -Qué problema tiene usted, le replicó la dueña de casa. Julia estuvo dispuesta a decirle su problema consistente en sus reprimidos deseos sexuales, empero, optó por el silencio. “Nosotros ofrecemos servicios de gasfitería, de electricidad, pintado de paredes, arreglo de jardines” señaló la señora anfitriona.
Cegada como estaba, por segundos Julia pensó que esos nombres eran algo así como jergas del servicio sexual, algo así como nombres de extraños poses que seguramente usan los Ticos; pero, como un rayo vino a petardear su mente y casi entrado en pánico sospechó que había entrado en el lugar equivocado y que estaba metido en un acto bochornos y ridículo. Disculpe señora, dijo y se abrió camino hacia la puerta y presurosa salió dejando extrañada a la dueña de “Maridos de alquiler”.
Después, vino a saber que ese negocio consistía en ofrecer personal para trabajos en la casa, así como el del gasfitero en el Perú. Moraleja: Dios obnubila la mente de esposas pérfidas, aunque sea de pensamiento y tuerce sus planes. Parafraseando a Erasmo de Rotterdam si por desventura la mujer pretende “tirarse canitas al aire” como lo hacen los hombres, peca de doblemente necia porque o bien queda en ridículo o queda descubierta.
(Téngase en cuenta que ni Gisela ni Magaly -prototipos de hermosas mayorcitas mujeres peruanas- no tienen nada que ver con el tenor de esta Viñeta; la ilustración de las fotos es un homenaje a la belleza de ellas).

Por Nemesio Espinoza Herrera

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