31 diciembre, 2013

INGRATITUDES

INGRATITUDES
Después de dos años visité a mis padres
Generalmente suelo ser muy apegado a mis padres. Aun separados por distancias, siempre he buscado y encontrado oportunidades para estar junto a ellos. En estos dos últimos años, preocupaciones cotidianas me impidieron visitarlos. Un buen día decidí ir al encuentro. Llegué a su humilde morada sin que ellos esperaran mi visita. Ahí estaba mi papá José y mi mamá Evarista, ya muy avanzados en edad y con las mismas ropas de hace tiempo. –¡Hijo!, cómo estás, te hemos extrañado mucho, me dijo mi padre sorprendido y con lágrimas en sus ojos, abrazándome y poniéndome luego sus manos en mis hombros como es su costumbre. Mi madre, siempre efusiva con sus hijos, irrumpió y se abalanzó hacia mí para abrazarme y besarme envuelto en lágrimas; así siempre ella es. Mi visita fue una gran sorpresa para ellos después de dos largos años.
Me he visto conmovido al ver a mi padre muy avanzado de edad, un poco encorvado ya –él que siempre nos daba el ejemplo de andar siempre erguido, aun anciano-, su cabeza estaba totalmente cubierta de canas relucientes, peinadas hacia atrás, como siempre, dejando su arrugada frente totalmente libre a la usanza de sus tiempos mozos; al parecer se había afeitado recientemente y veo que no ha dejado su costumbre de usar un pequeño bigote al estilo Hitler. Él, que se burlaba de ancianos que usan bastón porque decía que era de viejos tembleques, ahora sólo podía moverse y muy pesadamente asistido por un bastón de sauce bien hecho que según me contaría después él mismo se fabricó. Mi padre estaba cubierto de harapos pero impecablemente remendados intuyo por mi madre porque ella es una experta en remiendos; recuerdo que ese saco y camisa que eran de mi uso le he obsequiado hace ya muchos años, pues entonces tampoco podía comprarle ropa nueva, no por mezquindad sino por carencia; su pantalón de siempre y sus clásicos calzados que siendo de color marrón para su dueño inicial, mi hermano Domingo, fue cambiando de color y ahora por el paso del tiempo, en su mayor parte cuarteados y deformados, había adquirido un vetusto color grisáceo plañidero. Tremenda sorpresa me llevé, sin embargo, al notar que su pesado andar aunque de delgada figura cubierta de ropa andrajosa, estaba recompensada por su dentadura, natural y estaba ¡completa!.
Igual o más me conmovió al ver a mi madre. No podía creerlo que ella, acostumbrada a andar sacándose sus canas una por una –pelaba una y aparecían 20- y ya resignaba a tenerlas al considerar inexorable, su escasa y corta cabellera estaba totalmente blanca luciente y, como siempre, se había hecho su habitual pequeña trenza de una sola tira que más parecía cola de “chacha” (mascota), como solía decir mi cuñada Ubaldina. Cuan vieja estaba mi madre e igualmente haraposa pero limpia (la limpieza y la pulcritud son apreciados valores para ella) con su habitual chompa azul, blusa blanca y su falda a cuadritos de color blanco y sus zapatos negros, todos ellos muy corroídos por el trascurrir del tiempo; pero eso sí, ropa comprada especialmente para ella, porque no teniendo hijas –sólo una pero viviendo muy lejos- era imposible que usara ropa de sus hijas, a diferencia del caso de mi padre, quien teniendo varios hijos, bien podía usar sus prendas. Apoyada en un grueso bastón de sauce, mi madre se esforzaba en presentarse ante mí erguida y nunca olvidaré su familiar figura frágil y medianamente pequeña que despierta ternura y, cuándo no, de fácil lágrima, llorando como siempre.
-Qué agradable sorpresa Nemesio que nos hayas visitado, estoy muy contento de verte querido hijo, dijo mi padre todavía con lágrimas en sus ojos. -Te veo muy acabado hijo, estás canoso, qué te está sucediendo. –Bueno, padre son como dice Cantinflas “cachetadas de la vida”, pero yo estoy hecho para hacer frente a las vicisitudes de la vida. –Cómo están tus hermanos Juan, Domingo, Felícitas, Justo; interrumpe mi madre -ellos también nos han olvidado y no vienen a visitarnos. -Todos estamos bien mamá, no te preocupes, le dije. Y así, sin darnos cuenta ya habían pasado varias horas de conversar de todo y, por supuesto, como es habitual en estos encuentros, les invité tomar conmigo dos botellas de cerveza. Siendo ya tarde, nos despedimos muy efusivamente con el compromiso de volver cotidianamente y desde su puerta mis padres blandearon sus manos en señal de despedida y del pronto retorno. Satisfecho de haberlos visitado a mis padres después de dos años y con el compromiso de hacerlo frecuentemente, salí del Cementerio Nueva Esperanza en el que descansan en paz mis padres José y Evarista. Mi padre se fue a la eternidad hace ya 20 años y mi madre 5 años después. Nunca los olvidaremos.
Por: Nemesio Espinoza Herrera



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