31 diciembre, 2013

Los laberintos del Cura

Los laberintos del Cura
El amor es una locura que ni el cura lo cura … ¿me lo jura?
Domingo, mi hermano, muy a su estilo, cuenta así respecto a un cura (sacerdote) y yo, dándole alguna forma, relato en los siguientes términos. Resulta que hace varias décadas atrás, llegó al pueblo de Vito un cura para residir un tiempo y predicar la palabra de Dios.
En esos tiempos entonces, recibirlo al cura significaba para el pueblo tenerlo al mismo Dios al alcance de la mano. El cura y el guardia (policía) eran, en aquellas épocas, los más temidos por el pueblo. Apenas llegado el cura, hombres y mujeres (y naturalmente las autoridades comunales) se apresuraron en ofrecerle todas las atenciones que tan noble visitante se merecía y creyendo que así lograrían indulgencias del Alto, se empeñaron en otorgarle ofrendas: gallinas, huevos, cuyes y hasta carneros.
Uno de los comuneros –que guardaba en secreto unos pecadillos de faldas (de polleras) no encontró mejor modo de expiar sus culpas y purificar su alma de una vez por todas que ofreciéndole a su hermosa hija menor, calificada como la más bella (y virgen) del pueblo para el servicio doméstico del cura.
Así fue pasando el tiempo, hasta que el “bendito” cura resolvió sus dubitaciones, sibilinas intenciones y sigilosas insinuaciones anteriores y persuadió a la chica no sólo a predicarle el amor sino en ¡hacerle! Además, las condiciones eran propicias por cuanto la agraciada damita estaba convencida que hacerle el favor al cura era hacerle favor al Alto Creador.
Pero al cura le asaltaba su escaso lado humano y se preocupó en el hecho de que siendo ella virgen mal haría el amor sin prevenirla del dolor que significaría su desfloración. Se proveyó de ungüentos. Llegado el buen día –en realidad la buena noche- ambos estuvieron enfrascados en los prolegómenos amorosos mientras el pueblo dormía.
El cura, ya perdido en su juicio y absolutamente convencido que era el primero que tocaba a la diosa del pueblo (así considerada por su deslumbrante belleza), untó en sus partes íntimas de la doncella con tan delicadeza que ocasionó la natural inquietud de ella: -doctor ¿por qué y para qué usted hace todo esto?, le dijo. -Para que no te duela, respondió. La chica con toda la naturalidad e ingenuidad propia de su edad le aventó sin misericordia en el rostro del cura diciéndole: -¿Así? ¿y cómo el sacristán lo hace sólo con la saliva? ¡Todo acabó! Al día siguiente el cura lió sus maletas y se fue para siempre del pueblo. 
Por: Nemesio Espinoza Herrera
(Imagen:www.fiebrebetica.com/media/galeria)


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